Por Jean Claude Bessudo.
Lo prometido es deuda… En el pasado editorial de la revista, les anuncié el título del próximo editorial. Voy a hacer algunos comentarios acerca de mi reciente viaje a las islas Tristán Da Cunha y Santa Helena.
En mis años de bachillerato recuerdo que nos hicieron estudiar “La Ilíada” de Homero. Recuerdo el principio de la obra: “¡Feliz quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje, y ha regresado luego, sabio y lleno de experiencia, para vivir entre su gente el resto de sus días!”.
Tal vez, desde aquel entonces, es que me ha quedado en el subconsciente la atracción por las islas desiertas y las aventuras hacia destinos desconocidos. Mi familia, particularmente mi esposa Danielle, ha sido muy “alcahueta” y me acolitan los más inverosímiles proyectos. Hemos ido como tres veces a la Isla de Pascua.
En otra ocasión viajamos desde la isla de Pascua hacia Pitcairn, y luego hacia la Polinesia Francesa. Hemos hecho paseos caminando cinco días en el Himalaya avecinando los 4.000 metros de altura, cruzando ríos torrenciales helados agarrados de la mano los unos con los otros, y durmiendo en un lecho de paja con vacas en un establo.
También me acompañó en una expedición científica a la isla de Clipperton, un viaje que duró 12 días en un buque cuya tripulación estaba compuesta por drogadictos y presidiarios en rehabilitación. Para poder participar en esa expedición debíamos cumplir las siguientes condiciones: que limpiáramos los baños, cocináramos y sirviéramos en la mesa. Dormíamos en un catre militar a un costo de 6.000 euros por noche, similar a lo que cuesta una suite en el hotel Ritz de la place Vendome en Paris.
Tal vez por trabajar o “devengar” en una agencia de viajes, tuvimos la suerte de poder conocer la casi totalidad de los sitios que nos hacían soñar mirando el mapamundi. Del listado de viajes deseados me faltaba uno. La isla más remota e inaccesible del mundo: Tristan da Cunha.
En una época en la cual las agencias de viajes no temen ofrecer programas del estilo: “Primavera en Europa: Conozca 15 países en 15 días”, tal vez por reacción, decidí emprender con la familia el viaje hacia la isla, el cual es una oda a la lentitud y al silencio, poder apreciar el horizonte del mar infinito para estar algunas horas en un sitio que no figura en las rutas turísticas, alejado del turismo y de los turistas.
Mi amigo el señor Jack Goldstein, gerente del hotel Lancaster House en Bogotá, me habló de tres asociaciones de viajeros para sitios inaccesibles. Están programando viaje para el 2025… ¡Quién quita que Tristán Da Cunha se vuelva un destino de moda!
Most Traveled People (mtp.travel); Nomad Mania (www.nomadmania.com); y ETIC Extreme Traveler International Congress. Las dos primeras están abiertas al público; la tercera es por invitación y hoy tiene unos 60 miembros.
Cuando uno pronuncia la palabra Tristán da Cunha, inmediatamente se hace un silencio reverencial hacia lo que los yuppies dirían: “El destino soñado” …. O sea: La máxima aspiración. Por casualidad, un día encontré en internet un barco que efectuaba un viaje con una duración de 28 días, saliendo desde Ushuaia hacia Tristán da Cunha y de ahí 2.436 kilómetros hacia la isla más cercana: Santa Helena. Ahí se construyó un aeropuerto entre los años 2012 y 2016.
El 14 de octubre de 2017 se inauguró un vuelo de la aerolínea Airlink entre Johannesburgo y Santa Helena. El aeropuerto es inmenso y ultramoderno. Semejantes instalaciones para recibir un solo vuelo semanal que conecta la isla con Johannesburgo. ¡Qué cantidad de controles de toda índole para lograr salir!
Durante su inauguración, la prensa británica calificó ese aeropuerto como el más inútil del mundo. Hemos tenido la oportunidad de hacer algunos viajes y nunca vi controles tan estrictos ni tan minuciosos.
Tristán da Cunha
¿Que hay en esta isla? 234 habitantes según el último censo (2023), unas pocas casas, un cementerio, y una taberna. Se proclaman y son el sitio habitado más remoto y de más difícil acceso del mundo. Como será que una de las islas que dependen de Tristán da Cunha se llama “Inaccesible”.
En esa expedición en la cual nos inscribimos saliendo desde Ushuaia, había unos 100 pasajeros. Para el 80% de ellos su interés principal era la ornitología, eran muy conocedores, veían un pajarito a una distancia increíble y ya sabían cuál era, conocían su nombre en latín, sus costumbres. ¡Eso les causaba más emociones de las que expresan los turistas colombianos viendo un espectáculo en el Lido de Paris!
Para el 15%, su principal interés era ver pingüinos, ballenas, orcas, focas, cachalotes, tiburones ballenas y especies acuáticas. Para el 5% restante (mi familia y yo), además del placer de viajar juntos, era descubrir Tristán da Cunha y Santa Helena.
Mi hija Sandra no resistió la tentación de bucear en todas partes, y los demás miembros de la familia estábamos de observadores de curiosidades geográficas. Por ejemplo, la Isla Gough, en camino hacia Tristán da Cunha, la cual tenía todo el encanto de la fauna que vi en el pasado en varios viajes al continente antártico. Esa lejanía, esa soledad en la mitad del Océano Atlántico sur (La costa brasilera se encuentra a 3.556 kilómetros, las costas de África a 2.820 kilómetros, Santa Helena, el sitio más cercano a 2.436 kilómetros). Un acceso difícil por el fuerte oleaje.
En Tristán da Cunha no hay aeropuerto, existe un barco que viaja una vez al año desde Inglaterra, y otro cada cuatro meses desde Sudáfrica para el abastecimiento de la isla. Tuve la impresión de que los habitantes viven felices en su aislamiento y muy acostumbrados al mismo.
Cuando el volcán tuvo una erupción en 1961 todos los habitantes fueron evacuados hacia el Reino Unido. Dos años después, todos quisieron regresar cuando el peligro de la erupción volcánica ya había pasado.
A medida que iban desapareciendo los buques a vapor y al abrirse el canal de Suez, tanto Tristán da Cunha como Santa Helena perdieron su importancia estratégica para reabastecer los buques que viajaban hacia India. El pico más alto de la isla se llama «Pico de la Reina María», y está rodeado por una corona de nubes. Son pocas familias las que viven ahí. Sus nueve apellidos se repiten tanto en el cementerio como en las casas: Collins, Glass, Green, Hagan, Laverello, Repetto, Rogers, Squibb y Swain.
Uno no ve en la población señales de degeneración, como tampoco de alcoholismo, como lo pude observar en las posesiones francesas de Saint-Pierre-et-Miquelon en las costas canadienses de Terranova. Hay dos iglesias: Una anglicana y una católica. No hay conflictos religiosos y conviven pacíficamente.
Los ingleses dicen que tomaron Tristán da Cunha porque era el punto más cercano a Santa Helena (Repito: ¡a 2436 kilómetros!), para evitar que los franceses se apoderaran de la isla y trataran desde ahí de ir a rescatar al emperador Napoleón cuando lo exiliaron allá.
¿De que viven en Tristán da Cunha? Exportan langostas a Sudáfrica, venden estampillas y monedas muy apreciadas por los coleccionistas. Si desean conocer más información acerca de Tristán Da Cunha, les dejo su página de internet: www.tristandc.com
Santa Helena
Cuando Napoleón perdió en la batalla de Waterloo, tenía el dilema de escoger entre irse a Estados Unidos o entregarse a Inglaterra. Decidió entregarse a Inglaterra y que lo consideraran como refugiado buscando el estado de derecho, según lo manifestó en la carta que envió al ministro William Pitt.
No lo dejaron desembarcar a bordo del Bellerophon y lo trasladaron al Northumberland que ya tenía todo listo y previsto para llevarlo a Santa Helena. Napoleón creyó que recibiría el tratamiento digno de su título de emperador coronado en presencia del Papa Pio VII. Sin embargo, percibió una realidad diferente: permanentes vejaciones del gobernador de Santa Helena, Lowe Hudson. Fue un exiliado en una inhóspita roca.
Lo que no pensaron los ingleses fue que, en realidad y sin querer, Santa Helena se volvió la última conquista de Napoleón. Su recuerdo es omnipresente en toda la isla. Napoleón III trasladó, con todos los honores del caso, los restos mortales de Napoleón para que pudiera descansar conforme con sus últimos deseos en las orillas del Sena en el Museo de los Inválidos. Fui a rendirle visita en mi pasado viaje a Francia.
Napoleón tampoco pudo cumplir en Santa Helena su deseo de reunirse con María Luisa, su segunda esposa, ni con su hijo Napoleón II Duque de Reichstadt «El aguilucho» “El rey de Roma”, título que le dieron cuando nació. Falleció de Tuberculosis a los 21 años en el palacio de Schönbrunn de su abuelo el emperador Francisco I de Austria.
Cuando se llevó a cabo la conmemoración de los 200 años del fallecimiento de Napoleón el 5 de mayo de 2021, Francia fue tímida en los festejos. Por un lado, estaban divididos entre conmemorar al coronel victorioso en Fréjus, al vencedor de la campaña de Egipto, al vencedor de las guerras de Italia.
Por otro lado, un general que no supo aceptar hacer las paces y dirigió las guerras que lo volvieron amo y señor de toda Europa, pero que fue derrotado por el invierno moscovita y por las tropas de Wellington en Waterloo. Algunos dicen que a lo largo de su carrera militar logró causar hasta cinco millones de muertes inútiles que hubieran podido ser evitadas.
Lo mandaron como rey a la isla de Elba con muchas prerrogativas y durante los 10 meses que estuvo allá, hizo para la isla lo que no se había hecho en 3.000 años: La carretera de circunvalación, dictó códigos con artículos que siguen vigentes hoy en día, los cuales fueron inspiración de nuestros códigos colombianos, y preparó su regreso hacia el golfo Juan, lugar al cual llegó con la potencia de su solo verbo y presencia, imponiendo su autoridad con los delegados de Luis XVIII quienes venían a arrestarlo. Nadie le disparó un tiro al pecho tal como él les ofreció.
Regresó a ocupar el palacio de las Tullerias. Luis XVIII huyó hacia Bélgica. Napoleón se preparó para la batalla que venía: Waterloo, la que le iban a librar los ejércitos aliados; Alemania, Rusia, Austria y las potencias europeas.
Charlando con algunos habitantes de la isla, puede ser que Santa Helena sea para el Reino Unido lo que es Martinica en el mar Caribe para los franceses, o San Andrés y Providencia para los colombianos: Un sitio de veraneo.
No debo decirlo en voz alta, pero la verdad me parece que la residencia que adecuaron para Napoleón en Longwood House, la vi más como una agradable residencia de campo. Ni comparación con las celdas en los calabozos de la cárcel del templo que les tocaron a Luis XVI, María Antonieta y sus hijos. En esta casa de campo tenía un puñado de seguidores, se dirigían a él como «su excelencia», con riguroso protocolo como si estuvieran en el palacio de las Tullerías. Vi un clima tropical benigno. Casi un exilio dorado.
Siendo prisionero tenía su platería, su vajilla de porcelana, sus muebles, seguidores a quienes dictar sus memorias, sus médicos, servidores y uno que otro esclavo. Quedaré pendiente de conocer las opiniones de mis amigos aficionados en viajes a sitios remotos. También quisiera oír opiniones de personas que no sean británicas o francesas. Las opiniones de franceses juzgando actuaciones y decisiones del Reino Unido, me parecen viciadas de nulidad.
Los franceses nunca perdonaron que hayan quemado a Santa Juana de Arco, ni la guerra de los 100 años… Pero, la verdad, olvidan a menudo que los soldados británicos y sus aliados norteamericanos dieron su vida para rescatar a Francia de la tiranía y los horrores del Tercer Reich.
¿Cuál será el próximo viaje con la familia? Creo que escogeré la isla de Naurú, una república independiente en el pacifico sur, que pasó de ser el país más rico del mundo por la explotación del fosfato del guano, a ser el más pobre. Las malas lenguas dicen que Nauru subsiste hoy vendiendo pasaportes, acogen en campos de detenidos a los refugiados que se presentan ante el gobierno de Australia y venden su voto en las Naciones Unidas, averigüen o adivinen a favor de quién…