En los albores del nuevo siglo, el recorte de un clasificado laboral iba a redireccionar para siempre el rumbo profesional de una joven abogada. Nadie sospechaba que, poco después, la caída de las Torres Gemelas en Nueva York abriría una nueva etapa para la industria aérea; una etapa a la que la joven Érika Zarante se dedicaría por completo, hasta el punto de liderar la segunda aerolínea más importante del país.
Para ese entonces, el nuevo aeropuerto El Dorado —con sus más de 50 millones de pasajeros— no pasaba por la imaginación de nadie; Transmilenio se limitaba a la Avenida Caracas y una flotilla de pequeñas busetas sobrepoblaba el paisaje urbano del occidente capitalino. A bordo de uno de estos vehículos, hoy desaparecidos, la joven abogada Érika Zarante llegaba a las inmediaciones del hangar de Aires para asistir a una entrevista de trabajo. Días antes, sus padres habían visto una oferta de empleo en el diario El Tiempo: se anunciaba una vacante para abogado. Nada se mencionaba, sin embargo, de los pormenores de la posición. El último profesional del Derecho había renunciado luego de tres meses en el cargo, probablemente agobiado por los inimaginables vericuetos de la regulación aeronáutica; un campo del derecho en el que muy pocas universidades profundizan o siquiera abordan. Para Érika la situación no iba ser muy diferente —“¡Ni siquiera sabía que había un derecho aeronáutico tan formado!”, recuerda hoy desde su escueta oficina en Usaquén—, pero no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad. Y mucho menos si se planteaba como un reto.
¡Y vaya que sí lo era! Luego de atravesar media ciudad en transporte urbano, la joven abogada fue descartada de plano por no cumplir a cabalidad con los requisitos del perfil: “Lo que más me marcó era que pedían una edad que yo no tenía, de 32 o 33 años, que para mí en ese momento era una mujer grandísima”, apunta. Sin embargo, a diferencia de otros caracteres que enfrentan situaciones de este tipo, ella no estaba dispuesta a ceder. “¿Sabes cuantos buses cogí para llegar hasta acá? ¡Claro que voy a hacer las pruebas! No voy a perder mi tiempo”, respondió la joven abogada a la encargada del proceso.
Una profesional precoz

Con poco más de 20 años, Zarante no era precisamente una desempleada. Desde su época universitaria en La Sabana —a donde ingresó con apenas 15 años— la constante había sido siempre tener una ocupación en la que invertir su prolífica energía; “no me gustaba tener tiempo libre”, cuenta. Así que mientras sus compañeros dedicaban los fines de semana y las vacaciones a otros menesteres, Érika y su hermana mayor —es la segunda de cuatro hermanas— se convertían en curtidas vendedoras en los exclusivos almacenes Hugo Boss de Bogotá. No fue un asunto esporádico. Durante cinco años Érika dobló camisas y pantalones, inventarió prendas, organizó mercancía, asesoró clientes y, por supuesto, devengó jugosas comisiones. “Para mí era la adrenalina y la emoción de lograr la venta. No lo veíamos como algo que nos costara; era parte de la dinámica de la vida, de ser independiente económicamente, de tener para los gastos personales, ropa, fotocopias en ese tiempo”, apunta Érika, a quien esa época dejó dos enseñanzas fundamentales: disciplina y vocación de servicio, amén de sus habilidades comerciales.
Su pasión, sin embargo, estaba en otros ámbitos. Interrogada sobre si pensó alguna vez en convertirse en la presidente de una aerolínea, revela que fue una total sorpresa ¡No se lo imaginaba!: “Lo que sí te puedo decir es que siempre me vi resaltando, incluso desde el colegio y la universidad. Soy de las personas a las que les gusta venderse y mostrar su trabajo. Y no es por prepotencia. Me gusta ser visible y ganar cosas, como buena abogada”, cuenta.
Sus días en Hugo Boss, por supuesto, estaban contados. Érika abandona las jugosas comisiones y se vincula como practicante en una prestigiosa firma de abogados ¡Era su primer trabajo en el ámbito jurídico! Y el único que iba a tener por fuera del sector aéreo. Pero eso aun no lo sabía. Una vez graduada, con una tesis de la que ya no se acuerda, Érika se mantuvo en la firma como un apoyo eficiente de los procesos de los encumbrados abogados senior. Preparaba borradores de los documentos y los análisis de contratos, apoyaba los ‘due diligence’ de compañías, se fascinaba con la enorme y antigua biblioteca y, no menos revelador, se proyectaba como la futura superintendente de Sociedades de Colombia: “Soñaba con el tema societario. Cada vez que iba a la Superintendencia era como ‘wow’”, recuerda sobre esos años de profundo aprendizaje; “fui como una esponja, lo absorbí todo”. En paralelo, con sus propios ingresos realizó una especialización en Derecho Comercial en la Pontificia Universidad Javeriana: “siempre me ha gustado estudiar mucho”, apunta.
Sin embargo, luego de cuatro años de la labor jurídica, Érika empezaba a vislumbrar los contornos de un pesado techo de cristal. “Sentía que la firma de abogados no era mi norte profesional (…) había un ambiente social muy fuerte. Todos eran estrato 80 y a mí no me gustaba la idea de que esa fuera una condición para crecer profesionalmente. Gran parte de lo que rescato de mi vida es la genuinidad y no iba a cambiar eso por llegar a ser socia o casarme con alguien”, reflexiona, ya con la distancia de casi un cuarto de siglo.
Abróchense los cinturones, vamos a despegar

Con este equipaje a cuestas —nutrido para su edad— Érika llega a las inmediaciones del aeropuerto El Dorado a presentar las mencionadas pruebas. Al día siguiente, luego de una corta entrevista, recibe la noticia que enrutaría su vida profesional. El cargo era asistente jurídica de la Presidencia de la aerolínea Aires; un reto que, según reconoce, la llevó a las lágrimas en los primeros meses ¿La razón? La complejidad del Reglamento Aeronáutico Colombiano (RAC) y, en menor medida, un ambiente laboral difícil, que Érika atribuye a su juventud. Su estrategia no iba ser diferente a la que siguió el resto de su carrera: meterse de lleno en el negocio. “Me volví absolutamente empírica”, cuenta.
En realidad, la aviación la toma por completo y el contexto —apasionante, por decirlo de alguna manera—la impulsó: “Recuerdo que mi primer gran reto, sentada inclusive con un ministro, fue cuando se cayeron las Torres Gemelas y se vino todo el problema de seguridad en la aviación. Poco después ocurrió el secuestro del senador Gechem en un avión de Aires. Fueron situaciones en las que te metías o te metías”, apunta. De esos años data también su amor por el mundo de la aviación: “Yo siempre he estado metida en la operación y creo que no podría no estarlo, porque forma parte de lo que yo soy y de lo que me llena en este trabajo. El trabajo no es sentarse en una oficina todo el día. Me apasiona todo, desde el número, el motor, la norma, todo en su conjunto”, reflexiona.

No es extraño entonces que, a la altura de 2010, Érika fuera ya una curtida abogada experta en el sector. ¿Quién más si no ella —y esa era su ambición— para liderar la venta de Aires a LAN Airlines? Así ocurrió, efectivamente. “Ahí es cuando conozco a Hernán Pasman, a Ignacio Cueto, a Roberto Alvo y a todos los ejecutivos supertop”, recuerda. Algo vieron ellos en Érika, que hizo un tránsito casi natural de una aerolínea local, como Aires, a un gigante regional que poco después se conocería como Latam Airlines.
La ‘generación Latam’
No queda mucho tiempo en este vuelo de largo radio para mirar otras facetas de Érika. Y no es casualidad: así es el mundo de la aviación. Nacida en Bogotá, pero mucho más cercana a la cultura costeña —su papá es cartagenero— Érika conoce el amor no muy lejos de su entorno familiar y cuando estaba ya metida de lleno el mundo aéreo. Hoy es madre de dos mellizos de 10 años —hacen parte de la “generación Latam”, como ella misma lo llama: “nacieron y crecieron con Latam y así han conocido a su mamá históricamente”— y la esposa de un ingeniero ambiental que es su coequipero perfecto en una labor de crianza. “Yo siempre he pensado que en la vida no hay equilibrios perfectos. No por el hecho de pasar la puerta de mi casa dejo de ser la CEO, pero tampoco dejo de armar loncheras, alistar uniformes y mirar agendas de colegio”, apunta.
A seis meses de asumir la presidencia ejecutiva de la aerolínea (es lo que, en español, significa CEO), Érika asegura estar feliz y divirtiéndose. Se entrevé, además, un objetivo en el horizonte: consolidar un liderazgo muy cercano y con calidad humana, no muy diferente a la cercanía que siempre ha tenido con quienes la rodean; “a mí en mi casa siempre me enseñaron la sencillez de base”, apunta. Enfatiza en que nunca ha visto sus logros desde la óptica del género —“creo que estoy aquí más por mérito y trayectoria que por otra cosa”— y, tal como lo ha hecho en toda su carrera, sigue aprendiendo y con grandes objetivos a todo nivel: “Quiero aportar, ser realmente un referente de la industria de la aviación”.
