“Compro agencia de viajes IATA”, podía leerse en un clasificado del diario El Tiempo a principios de los años 90. El anunciante era uno de los más fieles lectores de esas páginas: Víctor Orduz Aguilar, un joven emprendedor que, a sus escasos 30 años, tenía ya una década de trayectoria en el turismo y un prontuario de curiosos trabajos: vendedor de jabón, distribuidor de azúcar en cubitos e, incluso, vendedor de calcomanías del Mundial Alemania 74. Esta es la historia de Víctor, un trabajador por convicción con el éxito como vocación.
Es una historia capitalina por excelencia; una historia que toma forma en los barrios y localidades bogotanas y se nutre de las oportunidades ocultas que la metrópoli les abre a sus habitantes más atentos. Ubiquémonos, por ejemplo, en una zona residencial de esta gran ciudad. Era el inicio de la década de los ochenta y una tropa de vendedores recorrían las casas ofreciendo un inusual producto: un jabón en crema para el aseo del hogar. Nada especial, pero para el joven Víctor Orduz, de 18 años, toparse con este producto fue la revelación de una gran oportunidad de negocio. Se fue al punto de fábrica en el sur de la ciudad, negoció 100 unidades y él mismo emprendió la venta en las calles de Zipaquirá. “Vendí 20 jaboncitos de esos”, cuenta. “Sí se puede, dije. Si yo solo vendí 20, seguramente con una red puedo vender mucho más”, analizó, en ese momento, el hoy dueño y gerente de Bestravel. Fue su primer gran emprendimiento: llegó a tener 50 empleados puerta a puerta —convocados a través de los clasificados de El Tiempo— que vendían alrededor de 500 jabones diarios. Toda una operación calibrada sobre la marcha.
Pero esa no fue su primera incursión en los negocios. A sus 18 años Víctor tenía ya una larga hoja de vida en materia de trabajos juveniles: trabajó haciendo alfombras, distribuyendo azúcar en cubitos; más adelante le apostaría al negocio de la comida rápida en un local de Chapinero. Hubo muchas ocupaciones, todas tan diversas como cada año escolar. “Mis vacaciones eran para trabajar”, cuenta Víctor, un estudiante aplicado y despierto del colegio distrital Jorge Eliecer Gaitán, en el occidente de Bogotá.
“Yo siempre tuve la necesidad de generar un recurso adicional. Siempre busqué negocios, pero negocios fáciles. Solo necesitaba la idea, un plante pequeño y el deseo de trabajar y emprender”, reflexiona. La vocación se remonta, incluso, a su infancia. Su padre había comprado una radiola y entre las cajas, Víctor avizoró su primera oportunidad de negocio: varias calcomanías, aparentemente sin valor, con el logotipo del Mundial de Fútbol de la época. Le pidió a su padre que se las regalara y se fue venderlas a las casas vecinas. Las vendió todas, por supuesto. Tenía diez años.

Pero ¿de dónde viene esta inusitada vocación comercial? Víctor Orduz Aguilar había nacido en Bogotá a principios de los años 60, en el seno de una familia de clase media y migrante: su madre, de apellido Aguilar, hacía parte de una familia antioqueña de 18 hermanos que llegó a la capital en búsqueda de oportunidades; su padre, Orduz, fue un estricto abogado santandereano que trabajó toda la vida en el sector público. Ambos se conocieron en Bogotá y conformaron una familia tradicional de seis hijos: tres hombres y tres mujeres, entre los que Víctor es el segundo. “Mi papá fue un hombre supremamente estricto en todo sentido, en la educación, en la honorabilidad; era una persona recta, con valores tradicionales. Mi mamá, en cambio, era una mujer amorosa, que entregaba todo por los demás y expresaba toda la unión de la familia paisa”, cuenta.
En aquel hogar tradicional, sin embargo, no había lugar para las holgazanerías o para el ocio improductivo —por decirlo de alguna manera—, especialmente, si las oportunidades entraban por la puerta de la casa. Acaso ¿qué más oportunidad para un joven que estudiar contabilidad en el SENA, en horas de la mañana, justo antes de su jornada escolar? Esa fue la “propuesta” que, un buen día, el padre hizo a los tres hermanos mayores: “Tengo tres cupos ¿quién quiere estudiar?”. Fue una situación —inusual, digamos— que hoy Víctor agradece. “Me sirvió toda la vida, incluso en mi carrera profesional. Fui uno de los mejores estudiantes en el área contable, porque tenía las bases que aprendí en el SENA”. Víctor, valga aclarar, estudió Administración de Empresas en la Universidad Externado. Lo hizo en la jornada nocturna y, como a esta altura podría ya suponerse, él mismo se pagó su carrera.
Agencias de viajes, un negocio familiar
La historia de Víctor en el turismo también comenzó muy temprano, a los 16 años, en la agencia de viajes de su tío, Parmenio Aguilar; uno de los 17 hermanos de su madre. La empresa se llamaba Águila Tours y había nacido en los años 70, en el corazón del centro de Bogotá, como punto de venta de Avianca. Víctor hizo allí sus primeros pinitos en turismo y sentó las bases —como también puede suponerse—de su negocio más prometedor.

Pero ¿cómo sucedió? De una manera natural, podría decirse. El tío Parmenio solía almorzar los domingos en la casa de su hermana y le pedía a Víctor —uno de sus sobrinos preferidos— que lo acompañara a la agencia. Allí, eventualmente, colaboraba con la elaboración de los reportes de venta; una apasionante labor de domingo que el futuro dueño de Bestravel emprendía con todo entusiasmo. “Yo salía el domingo con dinero en el bolsillo para la semana”, cuenta el en ese entonces colegial y estudiante de contabilidad.
Tres años después, a los 19 años —mientras coordinaba la distribución del jabón— Víctor estaba ya bien imbuido en el negocio del turismo: no solo había aprendido a armar tarifas aéreas, también había pedido pista en el área comercial, había sacado su primera excursión a Cartagena —“me llamaba muchísimo la atención atender a la gente; el vender cosas es mi naturaleza”— y, como no, sufrido sus primeros desencantos en materia de comisiones. Fue así como ideó su primera jugada maestra el turismo: las excursiones terrestres. Ante un mapa de Colombia, identificó dos poblaciones —Tolú y Coveñas— y armó las primeras salidas de lo que se convirtió en una nueva unidad dentro de Águila Tours. “Yo no sabía qué era montarme en un bus más de dos horas, pero en una temporada llegué a sacar 600 pasajeros en varias salidas”, recuerda. Con el negocio de las excursiones por tierra, Víctor comenzó a tener una vida diferente, cuenta, y, como no, “a ahorrar para tener mi propia agencia de viajes en el futuro”.
“Hoy estoy feliz de irme unas semanas de viaje y ver cómo se mueve el turismo en las regiones del mundo; cómo evolucionan los pequeños negocios. Tú no necesitas un gran capital para crear un negocio, solo la vocación y la continuidad para sacarlo adelante”
Mi primera agencia de viajes

La situación se dio más temprano que tarde. Víctor llegó a un acuerdo con su tío y armó rancho aparte, bajo un modelo franquiciado. Vendió su Mazda 323 e invirtió el resto de sus ahorros en un atractivo local esquinero en los bajos del Banco Popular, en la Carrera 7 con Calle 17. “Yo comencé esa agencia absolutamente solo. No tenía ningún empleado. Llegaba en la mañana, limpiaba, dejaba todo organizadito, me echaba la bendición, abría la puerta y me ponía vender. Y ahí entraba gente todo el día”, cuenta. Pocos años después, ante la necesidad de contar con un IATA propio —y con el capital y la experiencia necesaria— recurrió a los clasificados de El Tiempo: “Compro agencia IATA”, decía, palabras más, palabras menos, el anuncio. No fue difícil, en realidad. Años atrás, el prestante abogado Hernando Durán había montado una agencia de viajes a la que realmente no prestó mayor atención. Al bautizarla, sin embargo, nunca imaginó que el nombre escogido iba a ser protagonista en el sector turístico colombiano ya bien entrado el siglo 21. “A Bestravel no la conocía nadie. No vendía absolutamente nada. Eso era una ventaja, porque yo inicié con un récord de cero y comencé a escalar en ventas en el mercado turístico”, cuenta Víctor. Transcurría el año de 1992.
Bestravel, el futuro es ahora
Faltan aún faltan 33 años de historia y las líneas de este texto se aproximan a su final. Baste decir que, más allá de los hitos alcanzados en estas tres décadas, que no son pocos —incursionar en el mayoreo, el receptivo, la consolidación, apostarle a la asociatividad y la sistematización e inversiones en tecnología— Víctor se muestra satisfecho por lo que considera es su gran logro: “Siempre tuve como propósito tener una empresa que no dependiera de mí; que el negocio funcionara sin estar yo presente. Y lo logré, pero después de muchos años y de rodearme de la gente correcta”, apunta. Hoy, la compañía tiene más de 70 empleados y cerca del 90 % son mujeres; algunas llevan ya más de 20 años impulsando el crecimiento de la compañía, algo que parece ser su destino manifiesto: “Siempre, todos los días, nos levantamos con el propósito de conservar lo que tenemos y de buscar otras posibilidades, con el ahorro como principio”, apunta el empresario, con la mirada puesta en el futuro.





