Para conocer un nuevo país y fascinarse con su cultura, tan mítica como terrenal, no es necesario cruzar las fronteras de Colombia. En La Guajira, el pueblo wayuu abre su corazón a los “arijunas” que se animan a visitarlo y el turismo es el vehículo más idóneo para entrar a este mundo de realismo mágico.
Cuenta la leyenda que, en algún lugar de la península de La Guajira, la joven Wareke, solitaria y sin más amigos que las hormigas y los animales del monte, se convirtió en araña para enseñar a las mujeres wayuu los secretos del tejido. La historia de esta asombrosa metamorfosis —de la araña Wareke o Wale’kerü—, mito fundacional de la artesanía wayuu, es una de los tantas narraciones que, con las variaciones propias de la tradición oral, los viajeros pueden escuchar en la ranchería cultural Ipotshiruu, situada a escasos 20 minutos del Cabo de la Vela.
Afuera, mientras el inclemente sol domina el horizonte, la apacible sombra de la enramada le da cobijo a un grupo de visitantes. Bajo el techo rústico del yotojoro seco, los turistas van moviéndose entre estaciones, atentos a las palabras de la joven wayuu: “el alouka, para los males estomacales, el samuttapai para los bebés con asma”, narra la anfitriona y rota entre el público un canasto atiborrado de ramas.
“Esta figura representa … la tripa de la vaca”, duda por un segundo la joven guía. Otros motivos hacen referencia al ojo de la mosca, al caparazón de la tortuga o a la huella del caballo, se sabrá después. ¿De dónde vienen? “Los diseños de los tejidos también surgen de aquella araña”, explica la muchacha, ante una alucinante exhibición de coloridas mochilas. No hay una igual a otra. Cada mochila o chinchorro es único e irrepetible: en realidad, ha surgido de la imaginación y creatividad de la mujer wayuu, tan diestra y paciente como la araña tejedora.
Por lo general, en una experiencia cultural en una ranchería wayuu —actualmente hay entre 15 y 20 rancherías recibiendo turistas en toda La Guajira, calcula Andrés Delgado, gerente y fundador de Kaishi Travel— no puede faltar la danza de la Yonna. Envestidas en sus espectaculares mantas rojas —un color de protección que aleja las malas energías— las mujeres avanzan dando ágiles saltitos mientras el hombre, uno solo, retrocede, al ritmo hipnotizante del tambor.
Y este es, precisamente, uno de los grandes atractivos para los turistas en La Guajira: la oportunidad de interactuar con las costumbres de la comunidad. Para las mujeres se trata de ataviarse con las icónicas mantas y adornar el rostro con el extracto de la paliise o bija roja; todo un honor previo al baile. En otras rancherías, no puede faltar una degustación del chirrinchi —o yotshi en lengua wayuunaiki—un intenso destilado de panela que sirve, por igual, para calentar el espíritu o curar dolencias del cuerpo.
En esta ocasión, los visitantes de la ranchería Ipotshiruu tuvieron una oportunidad un tanto inusual: conocer y entrevistar personalmente al palabrero de la comunidad (putchipuü), el rol social más importante de la etnia colombo venezolana. En términos “occidentales”, es el abogado, el máximo detentor del Sistema Normativo Wayuu, un cuerpo de saberes que cuenta, incluso, con un plan de salvaguarda por parte del Ministerio de Cultura. No es para menos, en 2010 la Unesco declaró al palabrero wayuu Patrimonio Cultural Inmaterial.
Y es que, a donde quiera que alcance la mirada a lo largo de la península, y aún más al sur, en la base de la misma —allí donde todo es verde y existen, como narra cierto libro, arroyos de aguas diáfanas corriendo por lechos de piedras pulidas, blancas y enormes— discurren por el territorio hombres y mujeres wayuu; no en vano son la etnia indígena más abundante de un país en donde habitan casi 90 pueblos originarios.
“La Guajira tiene una gran bendición y es tener una comunidad como la wayuu. Porque Paisajes, playa, mar, fauna y flora, hay en todos lados del mundo, pero wayuu solo hay en La Guajira”, anota Delgado, uno de los precursores del turismo en la zona alta del departamento. Afincado en Uribia por avatares de la vida y aventurero desde muy joven, sus expediciones a Punta Gallinas —un paraje casi desconocido a inicios de este siglo— fueron el germen de Kaishi Travel, una agencia que en 2024 cumplió 22 años promocionando el destino, siempre de la mano de la comunidad wayuu. En realidad, no hubiera podido ser de otra manera.
“El que viene aquí a hacer turismo viene por la cultura wayuu, a conocer nuestros usos y costumbres y nuestra idiosincrasia. Nosotros tenemos una lengua, tenemos una cultura, tenemos un sistema normativo, tenemos un palabrero, que es nuestro mediador. Somos la nación wayuu”, afirma José Gerardo González Pausayuu, secretario de Turismo, Cultura y Deporte del municipio de Uribia, la capital indígena de Colombia.
Originario del clan Pausayuu, José Gerardo es uno de los pocos hombres wayuu que tomó la vocería para dirigirse al grupo de invitados especiales. Cuenta que Uribia ostenta el 80 % de los atractivos turísticos del departamento —el Cabo de la Vela, Punta Gallinas y el Parque Nacional Natural La Macuira se encuentran bajo la jurisdicción de este municipio—, habla del carácter comerciante de su pueblo y de lo que debe significar el turismo en un territorio tan particular como la Alta Guajira.
En su calidad de funcionario público, José Gerardo no menciona que hace 15 años fundó uno de los casos más exitosos del turismo en la región: la agencia Macuira Tours, a la que volverá, seguramente, una vez termine su paso por el sector público.
Pero este no es el único espacio en el que el grupo de viajeros participa. En el hotel Waya Guajira —que en lengua wayuunaiki significa “Somos Guajira”— Katia Vergara, del clan Pushaina, lidera un espacio cultural y vitrina artesanal dedicada a exhibir los principales elementos de la cultura wayuu a todos los huéspedes del hotel. Es una de las maneras en que OxoHotel, operador de Waya Guajira, apoya a más de 120 comunidades wayuu asentadas en la zona cercana al municipio de Albania y a la mina Cerrejón.
“No queremos que nadie que llegue a este lugar se vaya sin un conocimiento de nuestra cultura”, afirma Katia desde el círculo sagrado en donde los huéspedes se sientan a escuchar sobre la cultura matriarcal wayuu y su división ancestral en clanes. Es una charla en la que nadie pierde detalle. Se habla del dios creador Maleiwa —asimilado al dios cristiano—; de la bicicleta como medio de transporte vital; de las carencias de agua y energía; del chivo como factor de riqueza; y del ritual del encierro del majayut —la primera menstruación— cuando la niña se convierte en señorita y aprende, durante un año, la sabiduría ancestral de sus abuelas, incluido el arte de tejer.
En el Cabo de la Vela, los huéspedes que se alojen en la Posada Ranchería Utta —como es el caso de estos invitados especiales— no solo van a disfrutar de un espacio tan cómodo como autóctono, también participan de una charla nocturna con Yolanda Barliza, del clan Epieyuu, de la mencionada ranchería Ipotshiruu. Yolanda, nieta del palabrero, responde, con paciencia y sabiduría, las preguntas curiosas de los turistas sobre toda suerte de temas: formas de vida, situaciones de seguridad, luchas internas, pérdida de costumbres, política, desnutrición infantil, etc.
La promoción debe continuar
La Guajira
Pero ¿Quiénes es este grupo de “invitados especiales” que participa de este viaje al interior de la nación wayuu? No se trata de turistas tradicionales. El grupo en cuestión está conformado por representantes de medios de comunicación de Bogotá, Medellín y Cali y llegaron a La Guajira en el marco de un viaje de familiarización financiado por Ministerio de Comercio, Industria y Turismo a través de Fontur. La iniciativa surge de un proyecto presentado por cinco empresas de turismo de la región, con el apoyo de la Dirección de Turismo de la Gobernación de La Guajira.
Se trata de un esfuerzo promocional para impulsar un destino que, en los últimos dos años, ha visto reducir sustancialmente el número de visitantes. Según afirma Neila Madero, de la agencia de viajes Guajira Tours —la más antigua del departamento, con más de 40 años de trayectoria—la baja de turistas en 2024 ha sido de alrededor del 50 % y las razones son de muy distinto orden. Una de ellas, la estigmatización a la que son propensos los medios de comunicación.
“Muchas veces, cuando pasa algo aquí en La Guajira, se magnifica en el resto del país y para mucha gente queda la idea de que es algo permanente. Así sea un solo incidente en un año”, apunta Madero desde las instalaciones de Eoletto Café, uno de los nuevas propuestas gastronómicas más destacadas de Riohacha. “Por eso es fundamental que los medios de comunicación vengan, conozcan e informen al resto del país que La Guajira es un territorio que vale la pena conocer por su cultura, su naturaleza y, sobre todo, por su gente”, afirma la empresaria, una de las gestoras del proyecto de promoción, junto a Delgado y las empresas Expediciones Walekett, Taroa Tours, Hotel Palaaima y hotel Waya Guajira.
“Queremos mostrar la cara amable de La Guajira, una cara diferente a la que suele mostrarse, hablar bien del destino, de su gastronomía, de su cultura, de su paisajes, de su fauna y flora, de que La Guajira también es verde y tiene montaña y que los turistas que lleguen al destino deben hacerlo con un respeto y conocimiento del territorio que están visitando. Eso es lo que queremos”, explica Delgado, quien además es presidente de Asovguajira, una naciente asociación que agrupa a más de 40 prestadores de servicios de todo el departamento.
Así las cosas, del 4 al 9 de noviembre, los representantes de los medios de comunicación se sumergieron en un recorrido por algunos de los principales puntos turísticos de media y alta Guajira, siempre de la mano de las comunidades y con todas las comodidades del caso, más allá de las agrestes particularidades del territorio. El periplo guajiro partió de Riohacha y Camarones rumbo a Maicao y Albania, y, de ahí, enfiló hacia Puerto Bolívar para tomar una lancha con destino a Punta Gallinas.
Esta fue, de hecho, la única contingencia que generó el invierno, ya que el transporte terrestre hasta el extremo norte de Suramérica resultó imposible en la época de lluvias de noviembre. Desde Punta Gallinas, nuevamente por mar, la aventura descendió al Cabo de la Vela, Uribia, Manaure y Mayapo, del que dicen es el nuevo destino de Colombia. A continuación, presentamos, muy a grandes rasgos, el resultado de esta apasionante inmersión cultural en un destino que, no en pocas ocasiones, parece convertirse en nación independiente y fantástica, como sacada de una narración de Gabriel García Márquez, inventor del realismo mágico.
Camarones y el Santuario de Flora y Fauna los Flamencos
La Guajira
Cuando Juan Uriana —un wayuu oriundo del corregimiento de Camarones— tenía 15 años, solía inmiscuirse entre los turistas que por ese tiempo llegaban al Santuario de Flora y Fauna los Flamencos y, haciendo gala de algún don natural de la palabra, se apropiaba del grupo. Así comenzó él mismo a mostrar las bondades de este paraje, famoso por sus condiciones favorables para acoger flamencos rosados: aguas costeras, poco profundas y prolíficas en peces.
Hoy, con 18 años en la actividad de ecoturismo, Uriana es pionero en la zona, pero no está solo. En los últimos años, poco más de 30 pescadores del corregimiento de Camarones, han logrado incursionar con éxito en el turismo, capacitándose como guías locales y, sobre todo, guardianes de las distintas especies que habitan en el Santuario de Flora y Fauna los Flamencos, un área protegida por Parques Nacionales Naturales (PNN) desde 1977.
El resultado es una actividad imperdible para todos los visitantes de Riohacha, por la cercanía del casco urbano (media hora) y facilidad de acceso: un paseo en lancha, de poco más de una hora, por la laguna Navío Quebrao, en donde los visitantes pueden descubrir por qué este ecosistema de manglar es un verdadero santuario de tranquilidad para garzas, gaviotas, ibis rojo, la espátula rosa, cormoranes y, por supuesto, los llamativos flamencos.
Con un promedio de vida entre los 40 y 50 años, estas tímidas aves migratorias, que discurren en populosos grupos a lo largo y ancho de la laguna, levantan vuelo al menor atisbo de peligro en un excepcional espectáculo que tiene a las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta como telón de fondo. Los flamencos se han convertido, sin duda, en el mayor activo económico de la comunidad local, explica Uriana, incluso por encima de la pesca de lebranche, mojarra, róbalo o camarón.
Maicao y Montes de Oca, la joya verde escondida
La Guajira
Una vez entrados en calor, el periplo de los periodistas logra llegar a uno de los tesoros escondidos más inesperados del departamento, los Montes de Oca; una reserva forestal compartida entre Colombia y Venezuela, en el extremo norte de la Serranía del Perijá. Se trata de un área de 10.000 hectáreas con una diversidad aún no identificada en su plenitud, atravesada por las refrescantes aguas del río Jordán, la principal fuente de agua del municipio de Maicao.
La actividad de ecoturismo se limita, por supuesto, a una pequeña pero exuberante porción de esta enorme reserva, a la altura del corregimiento de Carraipía, y opera bajo la tutela y regulación de Corpoguajira. Se trata de una espectacular caminata a la vera del río, atravesada por verdes de todas las tonalidades, que culmina con la promesa irresistible de una inmersión inolvidable. Al igual que en Camarones, el senderismo en los Montes de Oca se realiza de la mano de intérpretes locales, llamados vigías, articulados con la agencia local Eventours Colombia, basada en Maicao.
Luego de este baño de naturaleza, la jornada continua en el célebre municipio de Maicao, despojado, desde hace mucho tiempo, de su vieja gloria de puerto libre. No obstante, o precisamente a raíz de esta decadencia comercial, la historia de este municipio fronterizo es en realidad fascinante, como si fuera un Macondo que, a diferencia del ficcional, sí tuvo una segunda oportunidad sobre la tierra. Basta decir, acaso que, en algún punto del siglo XX, en Maicao se escuchaba por igual español, árabe y wayuunaiki.
Hoy, el municipio destaca por la imponente mezquita Omar Ibn Al-Jattab, una de las más grandes de Iberoamérica y una evidencia clara de su vocación cosmopolita de antaño, cuando era el punto de conexión con Venezuela y la provincia de Zulia. Hoy, de la mano de Eventours Colombia, los viajeros interesados en la historia, pueden combinar la exuberancia de Montes de Oca con un tour histórico por el casco urbano, de la mano de un experto local y, por supuesto, coordinar con las autoridades religiosas para visitar la mezquita y conocer un poco más del mundo árabe en La Guajira.
La recomendación, sin embargo, tiene que ver con la gastronomía libanesa: en una visita a Maicao no se puede dejar de visitar el restaurante El Oriental; toda una experiencia de sabores árabes y porciones generosas en un espacio que, resulta evidente, han sido concebido bajo otra cultura arquitectónica. Para cerrar el día, nada mejor que un buen descanso con los mejores estándares hoteleros de la zona, en el hotel Waya Guajira, a menos de una hora de Maicao.
Punta Gallinas y el Cabo de la Vela
Al día siguiente, la jornada empieza muy temprano, rumbo a Puerto Bolívar, en una trayecto lineal que va paralelo al ferrocarril del Cerrejón. Las fuertes lluvias de principios de noviembre dejaron intransitable las trochas que conducen a Punta Gallinas. El desierto es un pantanal inabordable para las camionetas 4×4 y, para llegar al extremo más norte de Colombia y Suramérica, es preciso tomar lanchas.
Luego de un trayecto de dos horas que bordea Bahía Portete y Bahía Honda, las lanchas se introducen en el tranquilo interior de Bahía Hondita —la última de las tres bahías de la Alta Guajira— y el punto de acceso a Punta Gallinas y al territorio de su más célebre anfitriona: Luz Mila Arens, dueña y fundadora de la Posada Luzmila. El lugar, casi que indescriptible, cuenta con varias cabañas dotadas con camas y enorme espacio de restaurante que sirve lo mejor de los frutos del mar ¿Agua? Sí, hay agua. En la ducha y en enormes canecas dispuestas en los baños, pero la invitación es a economizarla al máximo.
¿Qué hacer en Punta Gallinas? Además de relajarse y apreciar el espectacular paisaje, hay una buena cantidad de actividades. Lo imperdible es visitar el faro de Punta Gallinas que marca el extremo más norte de Suramérica; parar en el mirador de Casares para apreciar el paisaje; y disfrutar de las Dunas de Taroa, un espectáculo de finas arenas del desierto que parecen sacadas de una película bíblica. Al fondo, abajo, una pequeña playa y un mar verde azuloso invitan a refrescarse. En esta ocasión, los medios de comunicación se sumaron a una jornada de siembra de manglar roja organizada por Asomanglares, una asociación formada por cuatro comunidades wayuu de Bahía Hondita que buscan proteger y regenerar este ecosistema.
Ya de regreso al Cabo de la Vela, los invitados pueden disfrutar de las instalaciones de la Posada Rancheria Utta, uno de los casos más exitosos de la Alta Guajira en términos de calidad de las instalaciones y servicio. Con más de 25 años de trayectoria, la posada ofrece 15 habitaciones con ventilador —el servicio de energía funciona en la noche, de 6:00 p.m. a 6:00 a.m.—, agua dulce permanente, restaurante, tienda de artesanías y zona de chinchorros.
Otros imperdibles en la zona: la visita a la ranchería cultural Ipotshiruu y el ascenso al cerro Pilón de Azúcar para disfrutar de una espectacular vista. Al regreso, se recomienda parar en el casco urbano de Uribia y comprar algunas artesanías en el parque principal que, por supuesto, no es cuadrado, a la usanza de la arquitectura española, sino circular, como es usual en los pueblos originarios.
La salinas de Manaure y las playas de Mayapo
En el trayecto de regreso a Riohacha, dos puntos turísticos, relativamente nuevos en el departamento, merecen la atención de los turistas y las agencias de viajes: una visita a las salinas de Manaure para conocer cómo es la vida de los mineros artesanales y, posteriormente, una visita a las playas de Mayapo, que, de a poco, dejan atrás su vocación de balneario de fin de semana de los riohacheros, para perfilarse como polo de desarrollo turístico y hotelero a poco más de 40 minutos de la capital del departamento.
¿Qué hacer en Manaure? Al igual que sucede en Camarones, en Montes de Oca o en Punta Gallinas, la propuesta del viaje de familiarización, y de Kaishi Travel en particular, es trabajar de la mano de la comunidades. En Manaure esta filosofía se convierte en un bálsamo que aliviana, en gran medida, las duras condiciones del minero de sal. Y es que, como suele suceder en tantas actividades extractivas, el esfuerzo no es compensado por los escasos ingresos que deja la actividad.
De ahí que los mineros tradicionales —el 70 % de la población de este municipio vive de la sal, directa o indirectamente— se hayan unido para formar la Asociación de Prestadores de Servicios Turísticos de las Salinas de Manaure (Asocharma). Jason Villalobos, coordinador de Turismo, es quien recibe a los visitantes y explica detalladamente todo lo que hay que saber sobre el proceso de la extracción de la sal y la dinámica económica que genera. Para cerrar de la mejor manera, un mostrador exhibe decenas de productos estéticos y alimenticios elaborados con base en sal marina y, por supuesto, artesanías wayuu.
La aventura va llegando a su fin. Luego de recorrer, en camionetas 4×4 y lanchas buena parte del departamento, la jornada termina con una visita a las playas de Mayapo, concretamente, al hotel Aiwa, que se perfila como el gran producto turístico de la zona. Diseñado para ofrecer una experiencia sensorial que invita al descanso y la relajación, Aiwa, situado en primera línea de playa, cuenta con 14 habitaciones de las 70 que proyecta en el futuro, y ya ostenta el que es, quizás, el mejor restaurante del departamento, con una propuesta de gastronomía guajira deconstruida totalmente innovadora.
Este viaje de familiarización por el departamento de La Guajira fue patrocinado por el MinCIT a través de Fontur y contó con el apoyo de: Asovguajira; Juan Uriana; Yolanda Cano, guía de Kaishi Travel; Hotel Arimaca; Restaurante Casa del Marisco; agencia Eventours: Restaurante El Oriental; Hotel Waya; Posada Luzmila; Asomanglar; Ranchería Cultural Ipotshiruu; Posada Utta; Asocharma; Hotel Aiwa; Eoletto Café; Gobernación de La Guajira; Rafael Zuñiga, director de Turismo de La Guajira; y Secretaría de Turismo, Cultura y Deporte de Uribia.