Bajo una intensa lluvia en el centro de Bogotá, dos espíritus afines se encontraron para no separarse nunca más. Es el comienzo de una historia de amor, pero, sobre todo, la puntada inicial de un azar estratégico que derivó, muchos años después, en la creación de una de las agencias de viajes más importantes del país. Es la historia de Alicia Maldonado, fundadora de Global Mercado del Turismo y pionera, sin proponérselo, del modelo de la consolidación en Colombia.
¡El turismo! Un sector diverso, quizás pequeño; un sector en el que, según dicen, todo el mundo se conoce. Muchos están por vocación familiar —destinados a mantener vigente y rentable un legado— y otros más llegan por casualidad, por las causas y azares de la vida. Alicia Maldonado Copello está en este último grupo. De radiante sonrisa y ojos profundos color miel, el rostro de Alicia es bien conocido en el sector. Pero no siempre fue así. Hace 25 años, cuando aterrizó en el mundillo de las agencias de viajes, nadie había oído hablar de ella. Era una desconocida al frente de una empresa creada para posicionar un nuevo modelo de negocio, uno no muy bien visto en esos primeros años del siglo 21: el modelo de la consolidación.
La empresa, habrán adivinado ya algunos lectores, era la desaparecida Viajes Galeón, una consolidadora que Maldonado gerenció durante cinco años (1999-2004) hasta que “disturbios societarios” provocaron su salida. “Al principio no nos vieron con muy buenos ojos. Nos miraron feo. Pero hoy ya todas tienen el negocio”, recuerda Alicia, sin malicia alguna, desde la oficina en la que ha pasado buena parte de la segunda mitad de su vida: la oficina de Global Mercado del Turismo, uno de los consolidadores más importantes del país.
Y es que con el bicho del turismo ya en las venas y la experiencia de un lustro administrando el negocio —“amé el turismo”, nos cuenta— Alicia se la juega de lleno por el sector. A finales del 2004 pone la primera piedra de la que será la nueva empresa —su primera empresa, en realidad, luego de años de posiciones directivas— y desde entonces se ha dedicado a levantarla, a criarla, por decirlo en los términos de su propia historia de vida: “Yo no tuve hijos. Por un tema médico nunca pude tener hijos. Para mí, este es como mi hijito”, afirma Alicia sobre Global.
Un hijo que, valga decir, cumple 20 años este 2025 y que, como si fuera a ir a la universidad, se prepara para volar más alto con la puesta en marcha de grandes proyectos corporativos ¡Pero ese es tema de otro texto! Ahora mismo, es preciso retroceder en el tiempo, a los años 60, en la ciudad de Cúcuta. Iniciaba la primera mitad de la vida de nuestra invitada; una primera mitad que nada tuvo que ver con la industria turística ni con los agentes de viajes freelance.
Alicia, una vida antes del turismo

Nacida en Cúcuta, pero criada en la capital del país desde los cuatro años, Alicia es la cuarta hija de una familia de cinco hermanos —tres mujeres y dos hombres— que se instaló en Bogotá a finales de los años 60. “Yo soy bogotana, bogotana”, señala, aunque por sus venas corre algo de sangre italiana: su familia materna —los Copello— fueron inmigrantes italianos que marcaron la historia de Norte de Santander.
“Mi papá fue abogado, concejal de Cúcuta, secretario de Educación, trabajó muchos años en el Banco Cafetero (…) Vivíamos bien. Nos pudieron pagar a todos las universidades, no nos tocó crédito ni nada ¡pero éramos cinco! Yo admiro cómo hacían antes los padres”, recuerda Alicia, que, para sorpresa de toda su familia, se inclinó por estudiar Trabajo Social en la Universidad Externado.
“Creo que todos esperaban que estudiara derecho o psicología”, recuerda. Sin embargo, para quienes la conocen, esta inclinación no es precisamente una sorpresa. “Ella tiene una sensibilidad enorme, de ayudar a la gente y de no dormir frente a la sociedad. Esto (Global) casi que es una fundación”, apunta una de sus amigas y colaboradoras más cercanas.
Alicia aclara, sin embargo, que su pregrado tuvo en enfoque empresarial y así, de hecho, se desarrolló su versátil carrera profesional, que no ha parado hasta la fecha: primero como pasante en la Corporación Autónoma de Cundinamarca (CAR) en la sede del lago de Tota, un ecosistema que se conoce de punta a punta; luego como jefe de Personal en una ladrillera en Usme; más tarde como jefe de Recursos Humanos en una empresa de muleros; y posteriormente, como jefe de personal y directora del Recursos Humanos en el Icetex, en el centro de Bogotá, una posición en la que su vida profesional y personal toma un giro inesperado.
En cada una de estas posiciones, desempeñadas antes de sus 30 años, Alicia pudo entrar en contacto con la compleja realidad social del país, siempre con la sensibilidad que la caracteriza, pero con la entereza que requiere la profesión. En el Lago de Tota, por ejemplo, vivió seis meses feliz con sus compañeras pasantes, inmersas en la ruralidad de la zona y sus problemáticas: “Éramos las encargadas de socializar ante la comunidad la no pesca con dinamita. Teníamos una hora de ciencias sociales en la escuelas; les enseñamos a hacer las huertas, a introducir la zanahoria, porque allá sólo comían papa. A veces nos ponían al Ejército, porque a los dueños de la pesca ilegal no les gustaba que nos metiéramos”, cuenta.
Del apacible verdor de los campos boyacenses Alicia hizo un tránsito al convulso ocre capitalino: su labor en la ladrillera Santa Fe la puso frente a frente con la precaria situación de muchas personas en Colombia. “A las 5:30 a.m. nos recogía el carro y yo salía feliz ¡Aprendí lo que quieras! Me caminaba todo Usme, me metía a los hornos, la gente me adoraba”, recuerda. Como encargada del personal —era la única mujer, además de la secretaria del gerente— Alicia estaba al frente de un grupo de trabajadores que encaraba día a día los riesgos del oficio: “en una ladrillera los accidentes son del tipo ‘eche los dedos en una bolsa con hielo y corra para donde el médico’”.
Cuando el amor llega así de esta manera…
La realidad en el Icetex era un tanto diferente. Allá tuvo su primer contacto con una empresa del sector turismo —nada más ni nada menos que Aviatur, que en ese entonces atendía toda la cuenta corporativa de la entidad financiera— y allá conoció a su esposo, el político liberal Alfonso Garzón Méndez, que venía de ser el concejal más joven por Bogotá (1985-1987). Transcurrían los primeros años de la década de los 90. Luis Carlos Galán —padrino político de Alfonso— había sido asesinado y el futuro esposo de Alicia regresaba al país tras un corto periodo como cónsul en Berlín para posesionarse como director de la seccional Bogotá del Icetex. Todo estaba servido.

“Caía un aguacero tremendo y yo estaba pidiendo un taxi. Entonces alguien me dice ‘vaya dígale a Alfonso que vive a media cuadra de su casa’. Yo no quería ¡me parecía tan antipático! Pero me tocó porque no conseguí taxi. Fui y le dije y ahí quedamos enganchados. Duramos muchos años ennoviados”, narra Alicia.
Desde esa época, con algunas separaciones esporádicas, propias de los novios, fueron el uno para el otro, incluso a nivel profesional. En la Gobernación de Cundinamarca, por ejemplo, trabajaron juntos un periodo. Durante tres años, de 1995 a 1997, Alicia se desempeñó como directora del Departamento Administrativo de la Función Pública de esta entidad, en el mandato de Leonor Serrano: “Inauguré la sede de la Avenida 26; me tocó toda la reestructuración de la entidad, más de 5000 empleados, Fue una cosa loca”, recuerda.
De esta época data su paso por la desaparecida FES —también en aspectos de reestructuración— y su especialización en Derecho del Trabajo en la Universidad Externado, el único periodo de su vida en el que no ha trabajado. Pero lo más importante de esta época —finales del siglo 20— es su matrimonio con Alfonso, una alianza que, como se verá más adelante, ni los avatares de la política pudieron romper. “Son una súper pareja. Creo que los hijos, en realidad, tampoco les hicieron falta porque han sido muy el uno para el otro”, apunta una de sus grandes amigas.
El turismo, un reto desconocido
Y fue así, como en una ocasión, Alfonso es invitado a participar en una sociedad empresarial, que no era otra más que Viajes Galeón. “A él toda la vida le han encantado los negocios, pero no se mete muy de lleno. Pero hubo un momento en que necesitaron un gerente y ahí es cuando él me dice ‘¿Usted por qué no se va para allá?’ ¡Yo no tenía ni idea!”, cuenta. Era el año de 1999 y Alicia Maldonado llegaba al sector turismo para no irse nunca más.

“Yo siempre asimilé la administración de un negocio como tú administras tu vida y tu casa. Al principio, yo no tenía ni idea cuando me hablaban de la comisión, del BSP. Pero yo rápidamente me meto. Me fui para Incocrédito, me hice todos los cursos del BSP. Yo te conozco de punta a punta los procedimientos de la agencia. Lo único que no quise aprender fue el GDS ¡Hasta allá no! dije”.
El negocio, como es sabido, fue todo un éxito. Alicia estuvo al frente durante cinco años y no estuvo sola: tuvo el apoyo de una “una maga comercial”, como ella misma la denomina, “aunque al principio no me quería”, apunta. La aludida es Olga Salazar, actual gerente Comercial de Global, quien trabajó de la mano de Alicia en esos primeros años: “Alicia es una excelente administradora. Yo soy vendedora, pero desordenada y ella llega y me ordena esa vaina. Fue la mejor época de la compañía”.
Con la oportunidad de negocio creada, Alicia sienta las bases de Global Mercado del Turismo y capitaliza el creciente mercado de la consolidación. “Crear empresa y arrancar de cero no fue fácil. Éramos cinco, incluida Marcelita, una persona que hoy todavía trabaja conmigo”, cuenta sobre sus inicios como empresaria en el año 2004. Sin embargo, todo fluyó por el cauce correcto: muchos freelance se van con la nueva empresa, se abre rápidamente la oficina de Cali, empiezan a figurar en el Club Honores, etc.
Sin embargo, seis años después, un llamado inesperado iba a poner a prueba todo el andamiaje. Era el 2011, Global Mercado del Turismo contaba con alrededor de 50 empleados y su líder y gestora —a esa altura ya una agente de viajes experta— se enfrentaba a una trascendental disyuntiva personal y profesional: su esposo Alfonso es nombrado embajador de Colombia en Indonesia; un país que entre vuelos y esperas en aeropuertos dista 40 horas de Colombia ¿Qué hacer? ¿Cerrar la empresa? ¿No acompañar a su esposo en la aventura de reabrir una embajada al otro lado del mundo?
La solución fue un punto intermedio: “Yo venía tres veces al año. No fue fácil, pero agradezco a los que estuvieron porque se pusieron la camiseta. Global quedó como en una capsulita. Y cuando regreso, empezamos otra vez”, cuenta Alicia, que acompañó a su esposo del 2011 al 2016; tiempo suficiente para conocer a fondo el sudeste asiático y quizás fortalecer dos cualidades que ya la caracterizaban y que son la constante en esa región del mundo: paciencia y tranquilidad. “Indonesia es un país impresionantemente calmado. No te imaginas el tráfico que hay en Yakarta, pero allá nadie pita, todo el mundo deja pasar”, cuenta.
Con la mano en el corazón
Gerenciar cinco años una empresa a la distancia no parece ser una tarea fácil y, de hecho, no lo fue. Alicia cuenta que hizo tres ensayos de gerentes y a todos “se los comían vivos”. “Una vez me levanté y todo el counter le había renunciado a la persona que habíamos puesto de coordinador. Lo que pasa es que la gente conmigo es muy querida y logramos trancar un poco”, relata. Se trata, en realidad, de un asunto de doble vía. Es evidente que, en la primera etapa de Global, Alicia ya había logrado construir un entorno ameno y humano que respondió con creces a los retos que planteó su ausencia.
“En esta empresa hay un respeto total por el ser humano. A mí me critican mucho que soy débil y yo la verdad no lo creo. Yo no permito que se atente contra el ser humano. Si a mí alguien me dice que tiene que ausentarse porque su hijo está enfermo, yo no tengo ningún problema. Aquí hay un tema emocional muy fuerte. Aquí la gente trabaja contenta, trabaja tranquila. Aquí la gente es químicamente buena”.
El asunto, hay que decirlo, va mucho más allá del típico caso cotidiano que atañe a cualquier madre trabajadora en Colombia. Hablamos de semillas que germinan y florecen, para usar la metáfora bíblica, o de “construir país”, para acudir a una figura más actual. Alicia ríe y busca evadir el tema, pero su amiga Olga insiste: “Hay niñas que han trabajado para Alicia y que ella ha hecho profesionales”.
Al fin, se anima a hablar. Cuenta que siempre ha tenido mujeres que la han ayudado en su casa: “nosotros les hemos permitido estudiar, capacitarse, y son niñas que hoy ya están en otros niveles. Son profesionales, han estudiado especializaciones. Hay una niña que hoy es abogada”, cuenta. De la siembra de Alicia hay también una mujer que tiene hoy su propia mayorista.

“Yo toda la vida he sido sensible frente a la gente. Por los animales muero”, comenta. Hay que señalar, entonces, lo obvio: no ha sido poca la ayuda que Alicia ha dado a fundaciones de distinto tipo. “Mucho tiempo ayudé a niños. Incluso una vez me traje a cinco del Chocó a conocer Bogotá. Yo exigí que vinieran con la profesora; eran familias en la pobreza absoluta. Fuimos al Andino, a Monserrate. El hotel tenía tina ¡No te imaginas la felicidad de esos niños en la tina!”, cuenta.
En el ámbito familiar, hay nueve sobrinos, de lado y lado, que tienen la fortuna de tener a Alicia como tía: “¡Hemos ‘sobrineado’ mucho!”, afirma; “Hemos sido animaleros. Gracias a Dios él también. En mi casa siempre hubo gato, perro, lora”. De la legión de peludos que alegró su hogar a lo largo de los años, hoy quedan Mía y París —los gatos que reinan en casa— y Maya, una labrador chocolate. En la finca, por supuesto, campean cinco criollos y una yegua que ella no permite montar; “yo no soy capaz de dejar un perro en una guardería”, apunta. Viajar un viernes a su finca, dejar atrás los asuntos laborales y dedicarse a bañar, consentir y dar de comer a sus animales es la experiencia que más llena hoy a Alicia Maldonado.
Global y sus primeros 20 años
A su regreso a Bogotá, por supuesto, Alicia vuelve a los brazos de su gran pasión y creación: Global. Hoy, con excepción de los pilates —su principal hobbie en la actualidad— Alicia dedica todo su tiempo a la compañía. “Yo amo lo que hago. Para mí esto es como un hijito que hemos criado desde chiquito”, afirma. Un hijito que conoce a la perfección, de punta a punta, en todas sus áreas y procesos.
De hecho, como viajera de toda la vida —viajar es una de sus pasiones, mucho antes de llegar al sector— Alicia disfruta plenamente la labor pura del asesor de viajes: “Cuando llegan grupos que no quieren tours ni circuitos, me encanta diseñarles el viaje, decirles ‘vaya por aquí, vaya por allá’”. Hoy, la idea es dedicarse un poco más a este tipo de tareas o “a consentir a los freelance”. De hecho, parte de la llegada de nuevos directivos es empezar a soltar un poco, reconoce: “No es por cansancio ¡Yo amo estar acá! Pero creo que Global tiene que pasar a otro nivel. Hoy casi el 100 % de la operación depende de mí”, afirma.
Los proyectos están sobre la mesa: crecer en las regiones, seguir fortaleciendo el corporativo y convertirse en un consolidador de mayoreo, pero con herramientas, “esto no puede ser por teléfono”, afirma. De su lado tiene un equipo humano que le pone el alma, como ella lo ha hecho siempre, aun desde la lejana Indonesia. “Tenemos la mejor gente. Aquí hay personas muy buenas que llevan con nosotros 10 o 15 años y se las quiere robar todo el mundo”, concluye Alicia. La dimensión humana y la buena administración —ni más faltaba— son la clave del éxito de Global Mercado del Turismo y la mejor plataforma para otros 20 años de éxito.
